"luego ahuecaron las mantas, sacaron las pipas e hicieron anillos de humo que Gandalf volvía de diferentes colores y hacía bailar en el techo para entretenerlos. Charlaron y charlaron, y olvidaron la tormenta, y discutieron lo que cada uno haría con su parte del tesoro (cuando lo tuviesen, lo que de momento no parecía tan imposible); y así fueron quedándose dormidos uno tras otro. Y ésa fue la última vez que usaron los poneys, los paquetes, equipajes, herramientas y todo lo que habían traído con ellos. No obstante, fue una suerte esa noche que hubiesen traído al pequeño Bilbo. Porque, por alguna razón, Bilbo no pudo dormirse hasta muy tarde; y luego tuvo unos sueños horribles. Soñó que una grieta en la pared del fondo de la cueva se agrandaba y se agrandaba, abriéndose más y más; y él estaba muy asustado pero no podía gritar, ni hacer otra cosa que seguir acostado, mirando. Después soñó que el suelo de la cueva cedía, y que se deslizaba, y que él empezaba a caer, a caer, quién sabe a dónde."
(Alan Lee)
El Hobbit, capítulo IV
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